sábado, 8 de noviembre de 2025

Réplica a “Una refutación de las críticas rothbardianas y hoppeanas a F. A. Hayek” de Paul Villegas

El artículo inicial se encuentra aquí:


Réplica a “Una refutación de las críticas rothbardianas y hoppeanas a F. A. Hayek” de Paul Villegas
El error hayekiano: del orden evolutivo a la evasión ética

Por Juan Fernando Carpio


Mientras que Mises construyò la praxeología sobre el axioma de la acción y la autopropiedad, Hayek cambió el rigor moral por modestia epistémica, equiparando la durabilidad cultural con validez ética. Tal concesión nos deja presa del Estado, despojando el derecho a salir ("exit") o rehusar. Este ensayo traza la defección —de precios como meras señales a valoraciones de responsabilidad, de evolución ciega a imperativo racional— fusionando la ley natural de Rothbard con la ética de la argumentación de Hoppe en un marco irreductible.


I. Del orden evolutivo a la evasión ética

Friedrich Hayek es una de las grandes paradojas del pensamiento liberal del siglo XX. Se le celebra por rescatar la idea de orden espontáneo de los escombros de la planificación central, pero sus propias premisas filosóficas socavan los fundamentos morales de la libertad que elogió. Sus admiradores lo presentan como el empirista cauteloso que salvó al liberalismo de los excesos racionalistas del derecho natural. Sin embargo, la cautela no es virtud cuando vacía a la libertad de justificación. El agnosticismo autoimpuesto de Hayek sobre la verdad moral lo dejó incapaz de defender los derechos individuales como algo más que consecuencias no intencionadas de la evolución social.

El problema no es que Hayek describiera inexactamente la evolución institucional. Es que confundió descripción con defensa. Que las reglas morales «evolucionen» no dice nada sobre su justicia. Convenciones, costumbres y civilizaciones enteras han surgido sobre bases de conquista, servidumbre y coerción. La supervivencia histórica nunca ha sido prueba de justicia. Aun así, Hayek trata la supervivencia —la adaptación cultural— como una prueba moral. Las reglas que perduran deben ser, en sentido pragmático, «buenas». Por ese estándar, los despotismos más longevos también estarían justificados.

Rothbard y Hoppe rechazan ese malabarismo. Para ellos, la evolución explica cómo se siguieron las reglas, pero no por qué se deben seguir. El «es» del éxito histórico nunca implica el «debe» de la legitimidad moral. El único puente del es al debe pasa por la razón: la lógica de la acción y la ética implícita en el discurso. La alergia de Hayek al apriorismo paraliza su liberalismo. Quiere una libertad que surgió por accidente, no una que el intelecto debe reconocer.

La ética de la argumentación de Hoppe cierra la puerta que Hayek dejó entreabierta. Todo acto de justificación presupone que los participantes se poseen a sí mismos y pueden usar libremente sus cuerpos y voces. Negarlo es autodestructivo: se niega en el contenido lo que se afirma en el desempeño. Este insight ancla los derechos no en la historia cultural, sino en la lógica de la interacción razonada. Rothbard llega al mismo destino por otro camino: el derecho natural basado en la naturaleza humana y la acción intencional. El ser humano actúa para alcanzar fines elegidos; por tanto, debe controlar recursos escasos, incluido su propio cuerpo, para actuar. El derecho a la propiedad y la autopropiedad no son hallazgos evolutivos, sino condiciones de existencia.

Al rehusar anclar la libertad en tal necesidad, Hayek queda éticamente desamparado. No puede decir por qué la coerción (fuerza agresiva, no defensiva) está mal; solo que las sociedades coercitivas tienden a estancarse. Un tirano próspero quedaría vindicado por el estándar evolutivo de Hayek. Eso no es liberalismo; es utilitarismo adaptativo disfrazado de humildad.

II. El problema de la moral evolutiva: hacia una praxeología unificada de la performatividad moral

La antropología moral de Hayek —su relato de que la razón surgió tras la obediencia a reglas heredadas— invierte el orden explicativo. Para él, la tribu que se sometió a restricciones tradicionales alcanzó la civilización; la que exigió justificación racional pereció. Es una conjetura fascinante sobre evolución cultural, pero irrelevante para la justicia. Si la obediencia precede a la razón, ningún acto opresivo podría condenarse mientras fomente cohesión. La capacidad de razonar debería entonces su existencia a una sumisión irrazonada.

Lo que Hayek llama «selección cultural» es mero azar histórico despojado de juicio moral. Sin embargo, reintroduce juicio por la puerta trasera al declarar superior a la «Gran Sociedad» —comercial, contractual y cosmopolita—. ¿Por qué superior? Sin ética objetiva, esa conclusión solo descansa en preferencia personal o éxito evolutivo. El hayekiano nunca puede decir que la libertad es correcta; solo que funcionó.

La crítica de Hoppe va a la raíz: afirmar que la ética evoluciona es ya una afirmación ética. Se asume que adaptación y supervivencia son deseables. ¿Por qué la pervivencia de una tradición importa más que la coherencia con las normas presupuestas en la argumentación? El hayekiano no responde sin introducir universales morales que niega. Su relato evolutivo cae en circularidad: las reglas son buenas porque sobrevivieron; sobrevivieron porque eran buenas para sobrevivir.

El derecho natural de Rothbard (fundado en última instancia en la ética de la argumentación de Hoppe, centrada en la naturaleza definitoria del hombre: la argumentación, especialmente sobre reglas o justicia e injusticia) ofrece la espina dorsal faltante. Los seres humanos, por su naturaleza racional, necesitan libertad para vivir como agentes racionales (las acciones generan propiedad). No son arcilla moldeada por la historia; son sujetos actuantes que la crean. El modelo evolutivo los convierte en artefactos. En el mundo de Hayek, la libertad es propiedad emergente de un proceso incontrolable, no la condición legítima que cada autopropietario merece.

III. El fundamento misesiano y la defección de Hayek

Mises erigió el sistema austriaco sobre roca conceptual: el axioma de la acción humana. De ahí fluye la lógica del mercado, el sentido de los precios y la imposibilidad del socialismo. Toda proposición praxeológica deriva deductiva y necesariamente de ese punto de partida, no empíricamente. El orden social es inteligible porque se arraiga en acción intencional y propiedad privada.

Hayek, formado en la misma tradición, derivó hacia el subjetivismo de Wieser, centrado en conocimiento y coordinación. Diluyó así la intuición misesiana. Para Mises, el socialismo no carece de información, sino que abolio la propiedad. Sin propiedad no hay precios genuinos; sin precios, no hay cálculo monetario; sin cálculo, no hay producción racional. El argumento es silogismo, no sociología.

El célebre ensayo de Hayek El uso del conocimiento en la sociedad sustituyó ese silogismo por metáfora epistémica. El mercado es «proceso de descubrimiento» donde los precios comunican información dispersa. Cierto, pero peligrosamente incompleto. Los precios no son mensajes flotantes; son expresiones numéricas de valoraciones emprendedoras bajo propiedad privada. Una teoría informacional del mercado convierte al emprendedor en receptor de señales, no creador de valoraciones.

Al desplazar el argumento de propiedad a conocimiento, Hayek transformó prueba de imposibilidad en problema de complejidad. Lo incalculable de Mises devino incognoscible. Lo incognoscible quizá la tecnología lo aproxime. Así nació el «socialismo de mercado», sueño de planificadores simulando precios con computadoras. La puerta misesiana a la utopía quedó cerrada; Hayek la reabrió.

IV. El error categorial: conocimiento vs. valoración

Llamar «señal» a un precio es error sutil pero letal. Una señal se transmite sin comprensión; un operador de Morse envía y recibe puntos y rayas sin captar su contenido. Pero la valoración no es señal; es acto de juicio. Al pujar por acero, el capitalista no lee datos; evalúa futuros mediante cálculo monetario. Arriesga su capital esperando que consumidores validen después sus valoraciones. La función del mercado no es compartir información, sino asignar responsabilidad.

El énfasis de Hayek en la dispersión del conocimiento confunde síntoma con causa. El conocimiento está disperso porque la propiedad está dividida. Cada actor controla recursos y decide su mejor uso. Los precios emergen de decisiones de propiedad, no de bits desencarnados. Quitar propiedad elimina la estructura --estructura de responsabilidad y de reducida preferencia temporal-- que da sentido económico al conocimiento.

Hoppe lo resume: el problema del socialismo no es epistémico, sino institucional. No es que los planificadores «no sepan suficiente», sino que no poseen suficiente. Cálculo presupone intercambio; intercambio presupone propiedad. El giro epistemológico de Hayek descarriló el argumento más preciso e irrefutable de la Escuela Austriaca.

V. La ambigüedad del orden espontáneo

El orden espontáneo de Hayek se ha vuelto mantra entre liberales que admiran complejidad y desprecian certeza. Pero la espontaneidad es término neutral. El mercado negro bajo tiranía es espontáneo. También el crimen organizado. La espontaneidad sola carece de valencia moral. Lo decisivo es si las interacciones respetan o violan derechos.

Al tomar el «orden extendido» como medida de valor, Hayek invierte causa y efecto. No son los órdenes espontáneos los que crean libertad; la libertad crea orden. Cuando se respetan propiedad y contrato, surge coordinación sin coerción. La narrativa de Hayek hace de la libertad producto evolutivo, no precondición. El marco Rothbard-Hoppe restaura la cadena: derechos individuales primero, orden después.

Además, la versión hayekiana tiende a santificar el statu quo. Lo persistente parece presumiblemente bueno. Pero leyes injustas, privilegios monopólicos y burocracias asistenciales también «evolucionaron». El argumento emergentista justifica cualquier institución duradera. Así, el liberalismo evolutivo de Hayek deviene ideología del Estado exitoso: teoría que explica por qué la dominación estabilizada debía ser necesaria.

VI. Coerción redefinida y libertad diluida

En La constitución de la libertad, Hayek define coerción como control arbitrario del entorno ajeno por voluntad propia. Intención noble —distinguir orden libre de poder despótico—, pero definición desastrosamente elástica. Monopolista, casero o cirujano hábil podrían «controlar» opciones ajenas. El concepto hayekiano convierte escasez económica en falta moral.

Rothbard restaura precisión: coerción es iniciación de fuerza física o amenaza contra persona o propiedad (agresión, no defensa). Nada más. Confundir escasez con agresión abre la puerta a intervención estatal donde haya desigualdad. La advertencia de Hayek sobre «coerción por circunstancias económicas» da cobertura moral al intervencionismo. Al refinar la libertad, la disolvió.

El resultado es visible en el Estado de Bienestar que se dice hayekiano. Regulación, redistribución y «seguro social» se justifican como corrección de desequilibrios coercitivos en poder de negociación. Lo que empezó como defensa de la libertad termina en apología del paternalismo.

VII. El escepticismo popperiano y la contradicción de Hayek

La alianza de Hayek con Karl Popper contaminó —por decirlo así— su filosofía social con falibilismo científico. En ciencias naturales, la falibilidad es virtud; en filosofía moral, suicidio. Declarar que «nunca conoceremos ética universal» renuncia a defender la libertad. Sin embargo, Hayek lo afirma y luego sostiene que el orden de mercado es objetivamente superior. Contradicción palmaria: niega ética universal en teoría y la introduce subrepticiamente en práctica.

Hoppe y Rothbard rechazan esa oscilación. Algunas proposiciones sobre conducta humana no son hipótesis empíricas, sino verdades necesarias. Negar autopropiedad requiere acto que la presupone (ética de la argumentación, sin brecha es/debe). Legislar coerción universal es contradictorio. La estructura moral de la libertad es tan inescapable como la lógica aritmética. El falibilismo de Hayek difumina esa línea y debilita la inmunidad intelectual del liberalismo.

VIII. El fracaso político: el Estado como depredador, y no guardián

El constitucionalismo de Hayek deja intacto el monopolio estatal sobre la ley. Espera contenerlo con reglas procedimentales —demarquía, bicameralismo, leyes generales—, pero nunca cuestiona su legitimidad. Para Rothbard y Hoppe, tras 3.500 años de historia económica registrada, eso es ingenuo. El Estado no custodia el orden; es su principal violador. Concederle poder exclusivo para definir y aplicar la ley garantiza su corrupción (como señalaría Gustave de Molinari, precursor de Rothbard y Hoppe: cualquier bien se sirve mejor con competencia abierta).


"O esto es lógico y cierto, o de otro modo los principios sobre los que 
se basa la ciencia económica son inválidos"

La teoría de Hoppe sobre la democracia como «dios que falló» expone incentivos que Hayek ignoró. Ley producida por políticos y financiada con impuestos servirá a grupos de interés, no a justicia. La evolución no lo corrige; lo atrinchera —los más aptos pueden ser élites artificiales o estatales—. En términos prácticos, la única defensa coherente de la libertad es abolir el monopolio legal por jurisdicciones competitivas y contractuales. El modelo evolutivo de Hayek, obsesionado con macroorden, no llegó a tal descentralización radical, pese a ejemplos históricos exitosos: Antigua Grecia (1.500 ciudades-estado independientes, más genios en 200 años que Europa en 2.000); Irlanda medieval (kritarquía sin Estado, derechos de propiedad omnipresentes y florecimiento cultural legendario); y el antiguo sistema competitivo de jueces privados que nos legó el Derecho Romano.
Así, la libertad queda infravalorada y mal representada.

IX. Conclusión: la razón, junto con la propiedad y la responsabilidad, restauradas: recuperando las bases morales de la libertad

La grandeza de Hayek fue su visión de orden sin diseñador forzoso. Su gran error, desconfiar de la razón misma (una vez evolucionada, debe haber adquirido utilidad verdadera; lo mismo con la moral: debe haber evolucionado hacia validez actualizada). Al confundir modestia epistémica con sabiduría moral, convirtió el liberalismo en antropología. Rothbard y Hoppe lo devuelven a la filosofía (moral y jurídica). Nos recuerdan que la libertad no es accidente cultural, sino necesidad racional (la acción qua acción —no mero comportamiento animal— crea propiedad y responsabilidad). 

El cálculo económico emerge del cálculo moral —una estructura de responsabilidad o estructura de propiedad—.

Una sociedad de hombres libres no perdura porque «evoluciona mejor» —existe maladaptación o éxito en entorno tóxico que el actor mismo envenenó—, sino porque es justa. Los mercados coordinan no por transmitir información, sino porque permiten a propietarios valorar y porque entra en juego la responsabilidad moral. Los derechos perduran no por sobrevivir al pasado, sino porque están implícitos en el acto mismo de argumentar y actuar en el presente, para minimizar conflicto y posibilitar paz, creación y cooperación duraderas.

El mundo de Hayek es adaptación sin fin. El de Rothbard y Hoppe, principio intransigente. La historia cambia; la lógica de la libertad, no. Esa lógica —autopropiedad, propiedad privada, intercambio voluntario— es el eje inmóvil de la civilización. Todo lo demás, incluida la admiración evolutiva de Hayek por lo que simplemente perdura, gira civilizatoriamente en torno a ella.


Juan Fernando Carpio, Quito, noviembre de 2025

(Traducido al inglés en: 
https://hoppeano.blogspot.com/2025/11/a-rebuttal-to-refutation-of-rothbardian.html)


Notas

Las notas acompañan sección por sección el ensayo principal.

Notas 1–5 anclan “El error hayekiano: del orden evolutivo a la evasión ética”.
Documentan definiciones de libertad de Hayek en The Constitution of Liberty y su teoría moral evolutiva en The Fatal Conceit, contrastadas con los fundamentos aprioristas de Rothbard (The Ethics of Liberty) y Hoppe (A Theory of Socialism and Capitalism). Establecen el problema normativo: la ética evolutiva de Hayek no justifica derechos más allá de accidentes históricos.

Notas 6–10 corresponden a “El fundamento misesiano y la defección de Hayek”.
Rastrean el giro epistémico de Hayek desde el teorema de imposibilidad praxeológico de Mises al “problema del conocimiento”, citando la crítica de Huerta de Soto, Mises (1920), Hayek (1945) y la reinterpretación transicional de Kirzner. Se añade Stephan Kinsella, “Knowledge vs. Calculation” (2009): el supuesto “problema del conocimiento” fue confusión categorial; el mercado coordina por cálculo monetario basado en propiedad, no por transmisión de información desencarnada.

Notas 11–13 sustentan “El error categorial: conocimiento vs. valoración”.
Vinculan la epistemología de Hayek en Law, Legislation and Liberty al debate metodológico austriaco, usando Economic Science and the Austrian Method de Hoppe para exponer la incoherencia del falibilismo subjetivista dentro de la praxeología.

Notas 14–17 alinean con “Coerción redefinida y libertad diluida”.
Documentan definiciones cambiantes de coerción en Hayek, la precisión correctiva de Rothbard en Power and Market y la defensa de Block del poder voluntario. Se añade análisis de Walter Block sobre el concepto hayekiano de coerción (resumido en Stephan Kinsella, “A Tour Through Walter Block’s Oeuvre”, 2024, n. 48), que muestra cómo la elasticidad de Hayek vació el principio liberal de frontera clara entre violencia estatal y elección de mercado. Concluye con Hoppe en Democracy: The God That Failed sobre la deriva inevitable de todo sistema legal monopolizado hacia la politización.

Notas 18–23 acompañan “El escepticismo popperiano y la contradicción de Hayek”.
Muestran cómo el falibilismo científico de Popper migró a la filosofía moral de Hayek y por qué la contrametodología racionalista de Hoppe y Rothbard la rechaza como incoherente.

Notas 24–33 corresponden a “La ambigüedad del orden espontáneo”.
Incluyen declaraciones de Hayek sobre orden espontáneo, el realismo causal opuesto de Mises y trabajos interpretativos de Ebeling, Hülsmann et al. que aclaran el desliz hacia justificación de instituciones existentes.

Notas 34–38 pertenecen a “El fracaso político: Estado depredador, no guardián”.
Fundamentan la crítica al constitucionalismo de Hayek en de Jasay, Mises y Hoppe, enfatizando estructuras de incentivos y lógica del monopolio coercitivo.

Notas 39–46 refuerzan el diagnóstico moral y metodológico del ensayo.
Contrastan humildad epistémica de Hayek con certeza lógica y ética rothbardiana-hoppeana; añaden referencia cruzada a Hans-Hermann Hoppe, “Hoppe on Hayek” (2009).

Notas 47–50 se adhieren a “Conclusión: razón restaurada”.
Vinculan síntesis final de praxeología y ética a Human Action de Mises, Man, Economy and State de Rothbard y Economics and Ethics of Private Property de Hoppe.

Lista de notas

  1. Friedrich A. Hayek, The Constitution of Liberty (Chicago: University of Chicago Press, 1960), cap. 1–2.
  2. Murray N. Rothbard, The Ethics of Liberty (New York: New York University Press, 1998 [1982]), 45–49.
  3. Hans-Hermann Hoppe, A Theory of Socialism and Capitalism (Boston: Kluwer Academic, 1989), 131–135.
  4. Ludwig von Mises, Human Action (New Haven: Yale University Press, 1949), 11–14.
  5. F. A. Hayek, The Fatal Conceit (Chicago: University of Chicago Press, 1988), 25–29.
  6. Jesús Huerta de Soto, Socialism, Economic Calculation, and Entrepreneurship (Cheltenham: Edward Elgar, 2010), 33–42.
  7. Mises, Economic Calculation in the Socialist Commonwealth (1920), en Collectivist Economic Planning, ed. F. A. Hayek (London: Routledge, 1935), 87–130.
  8. Hayek, “The Use of Knowledge in Society”, American Economic Review 35, n.º 4 (1945): 519–530.
  9. Rothbard, Man, Economy, and State (Auburn: Ludwig von Mises Institute, 2004 [1962]), 534–540.
  10. Israel M. Kirzner, Competition and Entrepreneurship (Chicago: University of Chicago Press, 1973), 68–73.
  11. Hoppe, Economic Science and the Austrian Method (Auburn: Ludwig von Mises Institute, 1995), 43–46.
  12. Hayek, Law, Legislation and Liberty, vol. 1: Rules and Order (Chicago: University of Chicago Press, 1973), 22–25.
  13. Mises, Liberalism: In the Classical Tradition (Irvington-on-Hudson: Foundation for Economic Education, 1985 [1927]), 37–41.
  14. Rothbard, Power and Market (Auburn: Mises Institute, 2006 [1970]), 12–18.
  15. Hayek, The Constitution of Liberty, 19–21.
  16. Walter E. Block, Defending the Undefendable (Auburn: Mises Institute, 2008 [1976]), 3–6.
  17. Hoppe, Democracy: The God That Failed (New Brunswick: Transaction Publishers, 2001), 44–47.
  18. Rothbard, For a New Liberty (New York: Collier Books, 1973), 252–260.
  19. Mises, Bureaucracy (New Haven: Yale University Press, 1944), 18–20.
  20. Hayek, The Counter-Revolution of Science (New York: Free Press, 1955), 83–88.
  21. Hoppe, The Great Fiction (Baltimore: Laissez Faire Books, 2012), 122–126.
  22. Rothbard, “Praxeology: The Methodology of Austrian Economics”, en The Logic of Action One (Cheltenham: Edward Elgar, 1997), 64–72.
  23. Karl Popper, The Open Society and Its Enemies, vol. 2 (London: Routledge, 1945), 231–233.
  24. Hayek, Studies in Philosophy, Politics, and Economics (Chicago: University of Chicago Press, 1967), 67–70.
  25. Hoppe, “From the Economics of Laissez Faire to the Ethics of Libertarianism”, en The Ethics of Liberty, ed. Lew Rockwell (Auburn: Mises Institute, 1998), 311–319.
  26. F. A. Hayek, The Road to Serfdom (Chicago: University of Chicago Press, 1944), 62–64.
  27. Mises, Theory and History (New Haven: Yale University Press, 1957), 21–25.
  28. Rothbard, The Ethics of Liberty, 73–80.
  29. Hayek, Law, Legislation and Liberty, vol. 2: The Mirage of Social Justice (Chicago: University of Chicago Press, 1976), 78–82.
  30. Richard Ebeling, “The Hayekian Paradox: Rule of Law Without Natural Rights”, The Freeman 44, n.º 10 (1994): 543–547.
  31. Hoppe, Economic Science and the Austrian Method, 59–62.
  32. Rothbard, America’s Great Depression (Princeton: D. Van Nostrand, 1963), 28–33.
  33. Guido Hülsmann, Mises: The Last Knight of Liberalism (Auburn: Mises Institute, 2007), 618–620.
  34. Stephan Kinsella, Against Intellectual Property (Auburn: Mises Institute, 2008), 14–17.
  35. Joseph Salerno, “The Place of Mises’s Human Action…”, Quarterly Journal of Austrian Economics 2, n.º 1 (1999): 35–65.
  36. Anthony de Jasay, The State (Indianapolis: Liberty Fund, 1998 [1985]), 21–24.
  37. Mises, Omnipotent Government (New Haven: Yale University Press, 1944), 113–116.
  38. Hoppe, Democracy: The God That Failed, 106–109.
  39. Rothbard, Egalitarianism as a Revolt Against Nature (Washington, D.C.: Libertarian Review Press, 1974), 12–15.
  40. Bruce Caldwell, Hayek’s Challenge (Chicago: University of Chicago Press, 2004), 357–360.
  41. Hoppe, A Short History of Man (Auburn: Mises Institute, 2015), 91–95.
  42. Rothbard, The Ethics of Liberty, 151–155.
  43. Mises, Human Action, 716–721.
  44. F. A. Hayek, The Sensory Order (London: Routledge, 1952), 160–165.
  45. Ludwig Lachmann, The Market as an Economic Process (Oxford: Basil Blackwell, 1986), 35–39.
  46. Hoppe, Property, Causality, and Liability (Auburn: Mises Institute, 2006), 17–22.
  47. Rothbard, The Ethics of Liberty, 214–220.
  48. Hayek, Law, Legislation and Liberty, vol. 3: The Political Order of a Free People (Chicago: University of Chicago Press, 1979), 107–111.
  49. Hoppe, The Economics and Ethics of Private Property (Boston: Kluwer Academic, 1993), 183–186.
  50. Rothbard, Man, Economy, and State, 1087–1090.

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